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OPINIÓN

La locura mexicana

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De pronto vemos a un hombre mayor enloquecido golpeando a un carro con un fierro mientras desde dentro del vehículo se escuchan aterrorizados gritos de una mujer y el llanto doloroso de una niña, su hija. Aquel hombre no para y sigue, a pesar de todo. Con toda furia. Con saña.

De pronto vemos a un hombre que por nada sale de algún lugar y comienza a golpear fuerte  a una mujer que está sentada y jugando con sus pequeños hijos junto a una alberca de condominio en Querétaro. La golpea. Le pone un cuchillo en el cuello. La tira el suelo…  

De pronto vemos cómo un grupo de mujeres encapuchadas golpean a todo lo que da al carro de otra mujer en el centro de la Ciudad de México. No hay piedad. No hay límites. Hay gritos. Hay amenazas. Hay odio…

Una camioneta colectiva lleva a pasajeros que son trabajadores humildes. Van con la urgencia de llegar al trabajo. Es madrugada. Todavía obscuro. De pronto a la “combi” se suben otros pasajeros jóvenes con cachucha y cubre bocas. Se echa a andar el vehículo. Se levantan y a gran velocidad apuntan una pistola y amedrentan con gritos insultantes a los pasajeros.

Uno de ellos golpea con un objeto metálico a un joven que intenta esconder su celular bajo el asiento. Se cae. Lo pisan. Siguen exigiendo que todos entreguen “lo que ya se la saben”: sus celulares, relojes, carteras, cadenas… Lo echan en una bolsa negra. Y antes de bajar hacen un disparo al aire. La bala le da a una mujer joven. Muere.

Un joven trabajador de pocos recursos acude a la Central de Abastos de la ciudad de Oaxaca para comprar un aditamento para su celular. Ahí lo conseguiría más barato. Sale del cuerpo del mercado. Apenas alcanza a llegar a la calle cuando dos sujetos le arrebatan el teléfono. Lo golpean. Le entierran un cuchillo en el abdomen. Huyen. El muchacho cae al instante…

Debanhi Susana Escobar Bazaldúa, una joven de 18 años de edad que está desaparecida desde el sábado 9 de abril, fue buscada por la Fiscalía General de Justicia de Nuevo León. Su padre había dado las coordenadas de dónde podría estar la joven. Dicen que buscaron una y otra vez en los lugares dichos. Nada. Días después ahí mismo, en la cisterna de un hotel se encontró su cuerpo…

Por supuesto la muerte de tantas mujeres y hombres en México es dolorosa. Es incomprensible. Es indignante. Mientras que las autoridades federales, estatales o municipales –de cualquier partido porque en esto no tiene  nada que ver el color del cristal con que se mira–, aseguran que la delincuencia y la violencia van a la baja, lo cierto es que cada día es mayor la evidencia dolorosa. 

Las calles, cualquiera de ellas en cualquier momento en todo el país. Los espacios abiertos. Los restaurantes. Las fiestas. Los conciertos. Los gimnasios… Las horas no importan. La cantidad de gente alrededor tampoco. El pánico colectivo es lo de menos. Ellos hacen lo suyo: insultar, robar, golpear, amedrentar… matar…

Rosa Icela Rodríguez, titular de la Secretaría de Seguridad y Protección Ciudadana (SSPC), dijo el 21 de abril que en lo que va de la presente administración la caída en los casos de secuestro alcanzó ya 74 por ciento, con relación a enero de 2019.

En su informe mensual de incidencia delictiva, la funcionaria resaltó que la estrategia de seguridad privilegia la inteligencia, operatividad, proximidad, prevención y atención a las causas de la violencia, así como el seguimiento de casos concretos; y explicó que, en marzo, la mayoría de los delitos federales reportó una reducción de 19.9 por ciento.  Sobre el homicidio doloso, dijo que se mantiene una disminución de 13.5 por ciento, en comparación con el máximo histórico de 2018.

Está bien. Qué bueno. Que sea cierto, ojalá. Pero mientras los informes oficiales registran esas disminuciones, hay un fenómeno que casi nadie ha tomado en cuenta, o si lo hacen, poca atención ocurre para ello.

Es la transformación del mexicano. De aquel mexicano orgulloso de sí y de su linaje de origen. Generoso. En general incapaz de villanías. El mexicano del campo, del mar, de la sierra o montaña o desierto. Ya de distinto estrato social o perspectiva de vida. El mexicano no había llegado a extremos de violencia cotidiana como los que se ven cada día.

Si. Hubo violencia en tiempos de guerra. De confrontación. De lucha por construir a una Nación, a un país, a un Estado. “El México bronco estaba ahí”. Pero había una razón. Un ideal. Un sueño. Pero… ¿y hoy?

¿Qué pasó aquí? ¿En qué momento ocurrió esa transformación de muchos mexicanos que han decidido por la violencia y el extremo? ¿Cuál es el rostro de ese nuevo mexicano que da pavor? ¿Por qué mexicanos están dispuestos a infringir dolor a otros mexicanos? ¿Quién está atendiendo las causas sicológicas y sociales que llevan a muchos de estos mexicanos y mexicanas al golpe, al uso de la fuerza o el engaño… a la locura…?

¿Es patológico? o ¿Es un daño irreparable de confrontación social? ¿Es la pobreza –como argumentan algunos sociólogos- la que lleva a que sobre todo los jóvenes decidan delinquir, dañar, agraviar, a otros seres humanos? ¿Es la falta de estímulos y alternativas laborales, educativas, sociales? ¿Por qué tantos jóvenes que podrían ser excelentes profesionistas, doctores, abogados, arquitectos, ingenieros… deciden por el crimen? ¿Y el que enloquecido pega por pegar?

¿Quién está atendiendo  este fenómeno social? Se insiste en que se están atacando las raíces del problema. ¿En qué parte de esas raíces se está buscando la solución? ¿Cuáles son esas raíces? La transformación hacia ese otro mexicano causa pavor. Muchos de ellos requieren ayuda. ¿La merecen? Eso es lo que hay que dirimir. Urge.  

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