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DESESPERACIÓN | SALA DE ESPERA

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Los días recientes han sido difíciles y contrarios al gobierno federal y, sobre todo, al presidente de la República en sus intentos diarios de imponer su agenda mediática, que no es precisamente la agenda nacional, aunque así se quiera hacer creer y haya quien lo crea.

No es la primera vez, pero sí una de las más visibles, de la desesperación presidencial frente a hechos que no lo “benefician”.

El tropiezo -no fracaso aún, cierto-, en su objetivo de destazar al Instituto Federal Electoral (INE); la solapada corrupción de los altos directivos y amigos presidenciales en Selgalmex por más de 15 mil millones de pesos; el crimen colectivo de los ya 40 migrantes en un centro de reclusión federal en Ciudad Juárez y su fallida gira por aquella ciudad fronteriza, donde fue incapaz de tener un mínimo de empatía con quienes reclamaban por esa muerte colectiva, lo han sacado de quicio.

La decisión de cooptar y modificar al INE para que el gobierno federal asuma su pleno control sufrió en tercer revés cuando la insaculación (“tómbola”) para colocar a sus favoritos en la presidencia de ese órgano hasta hoy autónomo y a otros tres consejeros, no le favoreció, por lo menos en dos casos. Antes fracasó en su intento de reformas constitucionales en la materia y, su sucedáneo, el llamado Plan B, aprobado la mayoría de su partido en el Congreso, fue suspendido indefinidamente en la Suprema Corte de Justicia de la Nación (SCJN), que deberá analizar su probable inconstitucionalidad.

En el supuesto combate a la corrupción el presidente tuvo que declarar, sin autoridad alguna, ni legal ni moral, inocente al director de Segalmex, Ignacio Ovalle -quien le dio su primer empleo burocrático-, porque según el presidente fue engañado por expriistas, como lo es propio Ovalle y él mismo. Un hombre bueno, según la palabra presidencial, a quien -aceptando sin conceder- le birlaron 15,500 millones de pesos, el doble del escándalo de la llamada “Estafa Maestra” del gobierno anterior.

En Ciudad Juárez, los migrantes murieron en un recinto gubernamental federal, un supuesto “albergue”, que en realidad era una cárcel y cuyos encargados dieron la orden de no abrir puertas y rejas, a pesar de la gravedad incendio, causa de ese crimen colectivo.

Abrumado o cínico, -sólo él lo sabe-, el presidente de la República acusó a los migrantes de ser los responsables de su propia muerte y lo resolvió con risas en su conferencia de la mañana correspondiente.

Luego acudió a Ciudad Juárez a una reunión con “los siervos de la nación” y cuando tuvo que enfrentar a los manifestantes que exigían justicia para sus muertos, tuvo la desfachatez de increpar a una de las reclamantes con un “te mandó Maru (la gobernadora panista de Chihuahua), mi amor”, en el colmo del lenguaje complotista, machista y acosador.

Las actitudes y respuestas del presidente muestran ya su desesperación ante sus fracasos y por su paso a la historia, ante la que cada día cava su propia tumba de oprobio. La historia no lo absolverá, él y sus allegados lo saben.

Mientras, los riesgos por su actuación crecen. Lo previsible es que vengan peores tiempos y acciones de su gobierno. Por ejemplo, ya se anunció, a través del secretario de Gobernación, la persecución política del ahora expresidente y del exsecretario ejecutivo del INE, Lorenzo Córdova y Edmundo Jacobo, respectivamente, sin que se sepa la causa legal.

Hay una causa mayor de su desesperación: conocedor del presidencialismo mexicano, el presidente sabe muy bien que su sucesor designado lo enterrará en cuanto llegue al poder, si es que llega.

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